Sé tan humano como yo | La educación para el desarrollo.
- Suéltame – fue
lo único que pude susurrar antes de que el primer puñetazo me
callara de dolor.
- Encima que te hago
el favor de mejorarte ese careto que llevas – replicó el enorme
idiota que tenía delante después de otros cuantos golpes –
Deberías dejar que lo hiciese todos los días. Es arte.
En el fondo me hacía gracia, lo decía como si no lo hiciese ya todos los días.
Cuando se marchó me
levanté como pude del suelo, recogí mis cosas y continué mi
carrera hasta casa, donde entré sin saludar, directo al baño a
lavarme las heridas que tenía en la cara.
- ¿Estás bien
cariño? - escuché que preguntaba mi madre desde la cocina.
- Perfectamente –
contesté, salí del baño y me metí en mi habitación, la cual
lucía impecable, como siempre, con una pluma y un folio en blanco
sobre el escritorio, esperando a que llegase de la escuela.
Recuerdo que ese día
escribí sobre un par de flores pisoteadas que había visto en el
jardín del vecino cuando regresaba a casa y de cómo debían
sentirse.
“Podían haber abierto sus pétalos, tenían sol, agua, tierra… pero les faltaba vida, y les sobraban piernas.”
En aquel entonces
tenía las cuatro paredes de mi pequeña guarida repletas de pósteres
y dibujos de animales, quería ser como ellos, me avergonzaba ser
parte de aquella especie que lo destrozaba todo, que quería dominar
el mundo sin dominarse primero a sí misma, que pisaba flores,
golpeaba caras y apagaba cualquier atisbo de esperanza que apareciese
entre los suyos.
De alguna manera, me
daban miedo las personas, y yo me consideraba de una especie
completamente distinta, era lo más sano en aquel momento, si me
hubiese creído como ellos todo habría sido un desastre.
- ¿Tienes hambre mi
amor? - mi madre picó la puerta mientras me interrogaba - ¿Quieres
comer ya?
- Espera un poco –
le contesté – Estoy inspirado.
- Está bien,
avíseme cuando termine pequeño poeta – dijo, y se marchó, sin
esperar respuesta o entrar a la habitación.
Sé que pensarás
que lo más probable es que aquella interrupción de mi madre me
molestase, pero no, todo lo contrario, cada vez que la escuchaba la
pluma también lo hacía, y se desenvolvía mucho mejor sobre el
papel, como si se sintiese segura de lo que escribía, como si me
sintiese seguro de lo que hacía.
Continué
escribiendo y las flores acabaron teniendo más de mí que yo mismo, y
le gritaron al cielo que las vengara, que extinguiese la luz y lo
sumiese todo en la oscuridad, que le quitasen a los humanos eso que
les hacía estar cuerdos, que reinase la desconfianza, el miedo y el
caos.
“Más antes de perecer una de ellas al cielo pareció susurrar:
Quema todo lo que alumbras, apaga sus luces, que no salga el sol, que se vuelvan locos, que sepan lo que sientes tú, lo que siento yo, que teman, que griten, que reine el dolor…”
Al final las flores
murieron, y todo seguía igual, pero por un momento habían llegado a
pensar como ellos para vengarse, habían llegado a rebajarse a su
nivel, a querer dañarlos, a querer casi destruirlos, y no les había
servido de nada.
Titulé al poema:
“No seas tan humano como yo”
Lo firmé.
Lo guardé con todos
los demás.
Y salí a comer.
- ¿Qué te ha
pasado en la cara? - me preguntó mi madre nada más verme, casi se
me olvidaba que no me había visto desde que había entrado en casa,
y aunque normalmente intentaba esconder los moratones, las heridas de
aquel día eran demasiado visibles.
- Me he caído.
- ¿Dónde?
- En el
aparcamiento, junto a la escuela.
- Te has dejado la
cara hecha un asco.
Me encogí de
hombros y musité: – Es arte.
- Bonito punto de
vista – me contestó, mientras se levantaba para traerme un enorme
plato de carne asada en salsa de tomate.
- Ya, supongo.
- Tenemos que hablar
de una cosa – comentó mientras yo comía tranquilamente.
- Claro, dime.
- Sé que no te va a
hacer mucha gracia, pero he mandado tus manuscritos a tu profesora de
lengua.
- ¿Que has hecho
qué? - exclamé, y solté de golpe el tenedor.
- Lo siento.
- ¿Qué te hacía
pensar que quería que alguien más los leyese?
- Eran geniales.
- ¡No lo eran! -
grité - ¡Nadie más que tú se merecía leerlos!
- ¿Por qué? -
inquirió – Hay gente ahí fuera que comparte tus ideas, estoy
segura.
- No creo que la
haya – le espeté – Y si la hay, mi profesora de lengua no es
una de ellas.
- ¿Seguro?
- Seguro.
- ¿Y si te digo que
ella se los ha reenviado a una editorial porque le parecían
increíbles?
- Mamá, las
mentiras me dan asco – dije con un tono de esperanza en la voz, ¿en
serio quería que fuese verdad lo que mi madre decía? ¿Quería que
el mundo entero me leyera?
- No te he mentido
nunca hijo, dentro de unos días tu profesora te comunicará lo que
la editorial haya decidido hacer con tus manuscritos, seguro que les
encantarán.
- Seguro que me los
tirarán a la cara – rodé los ojos.
- ¿Quieres que
apostemos algo? - sonrió maliciosa.
- No, siempre gano –
respondí, aunque esa vez habría perdido.
Tres días después
la profesora en cuestión me convocó en su despacho durante uno de
los recreos para contarme que a la editorial le había encantado mi
trabajo y que pretendían hacer un recopilatorio de mis poemas, tanto
de los que estaban en prosa como de los que estaban en verso, y que
esperaban que les enviara uno más para colocarlo como poema
principal del libro y título del mismo.
Pensé en “No seas
tan humano como yo”, y estaba segurísimo de que quería que fuese
ese el que encabezase el libro, pero aquella mujer me hizo cambiar de
idea.
- ¿Sabes qué? - me
preguntó sonriendo antes de que sonara la sirena y tuviéramos que
marcharnos, cada uno a donde le tocaba estar.
- ¿Qué?
- Llevas el arte en
la sangre – se señaló una de sus mejillas con la mano, justo
donde en la mía empezaban a salir costras – Y eso cualquier idiota
puede notarlo.
Arte.
¿Qué le pasaba a
todo el mundo con aquella palabra?
Estaba empezando a
hartarme de que todo el mundo la mencionase una y otra vez a mi
alrededor, tanto para hacerme daño como para hacerme cumplidos,
empezaba a odiarla, a ella y a cualquiera que osaba pronunciarla,
pero claro, también odiaba a las personas, y desde que las flores
habían despotricado contra ellas el mundo parecía un lugar mejor,
así que, ¿por qué no…?
Esta vez comí en
cuanto llegué a casa, o quizá sería más correcto decir que
engullí la comida para tener más tiempo que dedicar a la blanca hoja que me
esperaba en el escritorio, en la que, para mi sorpresa, me costó
poco hacer que apareciese un pequeño texto con pocas letras y mucho
sentido, que sería el que enviaría a la editorial, teniendo en
cuenta que sobreviviese al plan que tenía para él al día
siguiente.
La noche se me hizo
eterna, y lo repetí tantas veces en voz alta que hasta me lo aprendí
de memoria, por lo que cuando le pedí diez minutos para recitarlo en
clase a la profesora de lengua a la mañana siguiente salí sin guión
alguno y ella no me puso pegas.
Cerré los ojos
mientras lo declamaba, sabía que estaba haciendo el ridículo, pero
ya todo me daba igual, no sabía si estaba feliz o no, no sabía si
aquello era lo que quería, pero ahora apreciaba un poco más el
mundo, y a la gente que, incomprensiblemente, me comprendía.
“Arte,
Arte,
Arte.
Últimamente todo el mundo cree poder hacerlo,
menos yo,
que mustio y desesperado me fundo con él,
sin buscarlo,
sin llamarlo,
dejando que fluya por mis venas,
si es que quiere,
y no escaparse por las puertas,
que a los que creense sus dueños,
les da por abrir,
Arte,
tinta,
sangre.
Arte.
Últimamente todo el mundo cree que soy arte,
mas no saben cuán confundidos están,
porque si arte parezco es porque a él
le apetecía habitar,
el vacío corazón,
el cansado cerebro,
el maleable cuerpo
y la pesada alma,
de un poeta,
que odiaba con fuerza,
porque ansiaba libertad.
Últimamente solo el arte puede ser arte,
y solo yo, humano de rabia,
sé dónde hallarlo.
Últimamente solo yo puedo ser yo,
y solo el arte, esperanza de vida,
sabe donde hallarme”
Terminé, y cuando
abrí los ojos busqué con ellos al idiota que creía poder conmigo y
cuando lo encontré me dirigí directamente a él, por encima de un
aplauso que no escuchaba.
- Esto es arte –
sonreí – Y así se titulará mi libro.
- Gracias por
deleitarnos con tan bonito escrito – dijo de repente la profesora y
después se dirigió a la misma persona a la que lo había hecho yo
hacía unos segundos – El director quiere hablar contigo, creo que
ya va siendo hora de que organice un traslado.
- ¿Traslado? -
inquirió, blanco como la nieve.
No recuerdo si
alguien le contestó a su pregunta, solo sé que me senté en mi
pupitre y soñé despierto toda la mañana, pensando en cómo habían
mejorado las cosas en un par de días, pidiéndole perdón al mundo
por haber juzgado a todas las personas como una sola y despreciando a
aquellas flores que querían apagar el sol.
Al fin y al cabo no
tiene nada de malo.
Sé tan humano como
yo.
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